jueves, 9 de septiembre de 2010

El dinero y las Megatiendas



Decía Ortega y Gasset con respecto al dinero que el verdadero valor y poder de éste se encuentra en función a la variedad de bienes que se pueda conseguir con él. Retrocediendo algunas décadas, tal vez un par de siglos, cuando las personas iban a la tienda o bodega podían adquirir contados artículos, la mayoría eran de primera necesidad, a lo mucho los artículos se dividían en alimenticios, de vestuario, ornamentales, de salud y belleza. Desde la revolución industrial y sobre todo en el siglo XX ha habido una multiplicación de la variedad de productos que se pueden adquirir, y se han creado nuevas necesidades, por consiguiente el valor del dinero ha aumentado considerablemente en nuestras vidas.

Pero dos inventos marcaron y dirigieron al ser humano en el camino para convertirse en el homo consumis, en el compro luego existo, que es actualmente, nos referimos a la televisión y mas recientemente al diabólico (no encuentro otro adjetivo pertinente) invento de las tarjetas de crédito.

La televisión fue no solo como colocar el vendedor más persuasivo dentro de los hogares sino dentro las mentes de las personas, nada más deseable para los fabricantes de bienes y servicios.

La TV tenía la ventaja de hacer ver imágenes, asimiladas de forma instantánea por el cerebro, mostrando lo felices que seriamos adquiriendo tal o cual producto. No fue raro que a partir de ese momento las ventas se multiplicaran.

El otro invento que contribuyó al consumo masivo fue la tarjeta de crédito, artilugio creado tal vez por un hombre de astucia satánica. La tarjeta logra hacer creer hasta un empleado de sueldo mínimo que puede comprar ilimitadamente, que se lleva algo sin pagar: hay algo en nuestro cerebro que entiende que para recibir algo hay que dar, al pasar una tarjeta por una ranura no se siente que se da nada, un truco sicológico bien estudiado y efectivo. De nada sirve saber que nos las van a cobrar, en el fondo no lo creemos, es como la muerte que “sabemos” que vendrá pero no “creemos” que nos tocará a nosotros. Muchas personas seguirán directo a la ruina. Es cierto que la tarjeta también tiene algunas ventajas como el no tener que llevar efectivo, y poder comprar cuando uno esta en algún apuro, pero ¿cuantas personas tienen la madurez económica y fuerza de voluntad suficientes? Sobre todo con toda esa campaña agresiva, casi militar, difundida por los medios de comunicación.

Actualmente la ciudad de Arequipa esta siendo tomada por las llamadas Megatiendas, lugares donde se puede encontrar de todo, como en la famosa isla del placer del titiritero Stromboli en el cuento Pinocho, donde se perdían los niños que no iban a la escuela.

Los artículos en estas tiendas están al alcance de las manos, como si tuvieran voz propia susurran a los oídos: llévame y serás feliz; las maquinas en puntos estratégicos te invitan a insertar tu tarjeta de crédito y ser feliz.

Luego de comparar el homo consumis cargado de sus bolsas de compras con cierto orgullo reflejado en el rostro por el hecho de no ser uno de los misios frustrados que solo van a ver, irá a su casa donde desempaquetará sus nuevas adquisiciones, esa casaca de moda, el perfume con la marca del actor que sugiere ser irresistible con las mujeres, el celular computadora. Prenderá la TV para verse reflejado en alguna propaganda y tal vez recibir instrucciones de cómo debe comportarse ahora que posee el objeto deseado.

Quedaran para otro día los paquetes de infinidad de cremas, adornos, bebidas gasificadas, desodorantes, artilugios y chucherías que compró por impulso y dejará olvidadas en el depósito.

Lo que realmente necesita es el diez por ciento de lo que adquirió, aunque su alma de señorito satisfecho en realidad necesita llenarse objetos para seguir manteniendo esa imagen que de si mismo que ni siquiera el ha fabricado.

Algo saludable para la mente y el cuerpo sería pasearse de vez en cuando por esas tiendas como antiguamente un filosofo griego por el mercado, el cual al ser interrogado sobre el motivo de su alegría respondió : E s que en ese lugar hay tantas cosas que no necesito.

Ojalá que como a los niños de la isla del placer de Stromboli no se nos este convirtiendo en asnos.

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