Carlos Oquendo de Amat fue uno de esos seres que viven tratando de pasar inadvertidos por el mundo pero a pesar de todos sus esfuerzos no pueden lograr su propósito. El autor de " Cinco Metros de poemas”, uno de los primeros libros vanguardistas del Perú nació en la ciudad de Puno en 1905, hijo de un medico de ideas innovadoras, de cultura afrancesada, y de una bella mujer de innegable abolengo. Carlos respiró el aire lector desde pequeño, fue forjado en el gusto por la poesía, de él se seguirán escribiendo libros, pues su poesía es de esas que no envejecen.
Saltó recién a la fama en 1967, cuando Vargas Llosa al recibir el premio Romulo Gallegos hizo una apología de su vida y obra, habló de un brujo de la palabra, del personaje que vivió y murió por la literatura y que fiel a su llamado revolucionario, en el último aliento de una vida cargada de sufrimiento y entrega a sus ideas, vistiendo la camisa roja de los republicanos en la guerrilla contra el fascismo de Franco luchó hasta el último aliento. Ni los bombardeos posteriores lo dejaron dormir en paz pues su tumba quedó echa pedazos.
Aunque el discurso no sea tan exacto pues Oquendo llegó a España casi en agonía por la tuberculosis, se dio un poético espaldarazo literario de un escritor como Vargas Llosa a otro que hasta entonces estaba perdido en el óvido, muchos pusieron los ojos en ese joven poeta que se entregó totalmente a la poesía y a su ideología.
Le gustaba el cine, que empezaba con fuerza, su poesía era cinética, le fascinaba lo lúdico, su libro es un acordeón que se estira y el nombre es un juego literal, extendiendo el libro tal vez no se llegue a los cinco metros exactos, pero eso no importa “Cinco metros de poemas" es una cachetada a mentes conservadoras.
En el libro todos los poemas son de buena factura, pero sobre todo el “poema del manicomio”, “aldeanita” y “madre” son joyas perfectas de un juego mágico de palabras que no escatima en romper reglas. Vargas Llosa no exageró al decir que fue un brujo de la palabra (no hace falta preguntarle que opinaría ahora de su ideología política).
Sus últimos años los entregó a sus ideas políticas, fue secretario del Partido Comunista del Perú en Arequipa, cuando ser de izquierda era como ser un apestado y ser poeta era un peligro para el estado. Fue perseguido humillado, y asediado, a pesar de que ya estaba sentenciado por la tuberculosis que adquirió posiblemente en la isla de El Frontón donde fue encerrado varios meses.
La pobreza lo aquejó desde que perdió a su padre muy joven, su madre murió de alcoholismo, debido a que nunca se recuperó de la perdida de su esposo. La figura delgada y triste de Carlos Oquendo de Amat, el poeta con apellido de virrey, se dejaba ver en los círculos literarios de Lima de los años 20, fue amigo de José Carlos Mariátegui y de otras lumbreras de la revista Amauta.
Salió el Perú exiliado, aunque su sueño era viajar a Moscú, con el pulmón carcomido por la tuberculosis, aún tenía la esperanza hasta el final de llegar a la capital del régimen socialista. El poeta dio su último suspiro en un hospital de Madrid. Sus restos fueron trasladados a la localidad de Navacerrada, a pocos kilómetros de Madrid.
Si alguna vez, pasan por allí no se olviden de dejar unas flores, pues, no es cierto que las bombas del fascismo destruyeron su tumba, aunque conociéndo algo se puede creer que para él, este sería un final perfecto.
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