miércoles, 13 de enero de 2010

domingo, 10 de enero de 2010

El día del anfibio


Tanteando en la oscuridad encontré sus manos, estaban frías y húmedas. Me acurruqué a ese cuerpo frío y viscoso, como de una salamandra, para darle calor.
Me quedé dormido superando mi repulsión y asco. El cansancio venció también al miedo.
Al día siguiente, muy temprano, ordené mis libros, mi cuarto entrópico, puse algunas cosas en la mochila y salí a la calle.
La sensación del cuerpo viscoso me dio una pequeña tregua. En la calle caminé por el parque, el huachimán daba vueltas en su bicicleta con su traje anaranjado. Caminé con el peso de la duda hasta el paradero.
Ella, cuerpo de anfibio - esa idea me perseguía-, ella sin piel; ella mojada, viscosa; en el cuarto, en la bañera oscura, en esa guarida, cueva o lo que fuera.
Caminaría hasta quedar exhausto, correría si fuese necesario; no me interesaba nada, la ciudad no me pertenecía, las calles que pronto estarían mal iluminadas eran mi aprehensión mayor.
Allá las parejitas de enamorados, los ambulantes de siempre, los perros vagos, los ciclistas.
Los ojos de agua me observaban en esa tarde; ojos de anfibio, me descubrirían tratando de atravesar el muro.
Volví a sentir miedo, asco y repulsión, ahora por esa masa con la estructura ósea que formaba mi cuerpo, que llevaba a todas partes. Mi corazón que latía incansablemente, hasta ahora, me decía que sería lo mismo huir que quedarme.
Subí al micro, la misma frialdad de siempre, los mismos ojos vacios, la misma viscosidad en esas pieles que se protegían unas de otras y se necesitaban.
Esa atrabiliaria noche me encontraba en ese estado que solo podía describir como tener el alma cuajada.
Las esperanzas de la supremacía que resurgieron un instante en mi ser terminaron mostrándome lo ínfimo que era mi dolor para el universo.
No retorné a mi hogar, quiero decir a esa cueva, guarida, o cuarto oscuro. La salamandra no moriría de frío, la llevaba en mí y tendría que aprender a convivir con ella.

domingo, 3 de enero de 2010

Retorno


Esa maquina de proporciones gigantescas hecha de piedra y barro funcionaría a una hora determinada con el flujo del agua. Fue diseñada por un forastero que llegó no sabemos de donde.
Los canales estaban edificados para que el agua tenga un caudal determinado y recorra por las cuatro paredes de la construcción. El fluido debía converger en una fuente y luego dividirse nuevamente en cuatro.
El sonido del agua, la luz del sol, la sangre de una doncella, y la fecha correcta; eran necesarios para que la maquina comience a funcionar.
Fui el encargado de construirla, a pedido del Supremo quien había simpatizado con el que al principio creyó loco, pero luego demostró una gran sabiduría. Mis hombres trabajaron en tres turnos, pues según los astrónomos, la fecha en la cual los astros se alineaban se acercaba.

El momento señalado llegó con gran expectativa nuestra. Era la noche mas fría del año. La doncella fue desnudada, estaba en estado de trance. Fue conducida a la parte alta, a la cueva, punto central de la construcción. El sonido de los caracoles remecía las montañas, mientras el forastero se metía en el agujero de piedra junto con la doncella.

En ese momento, poco antes de cerrar la gruta, capté la expresión de alegría del forastero, tal vez a causa de la posibilidad de regresar a su hogar. Una noche antes me comentó que en otros lugares construyó maquinas similares y había ido a parar a mundos semejantes al suyo, pero no a su amada Tierra.

La maquina comenzó a funcionar justo cuando todas las lunas de nuestro planeta estuvieron alineadas.

Día de visita




La sirena anunció que el horario de visitas había comenzado. Los guardias abrieron las interminables puertas y rejas. Por el pasillo salieron los reclusos en orden. Se dirigieron al patio central donde se encontraban dispuestas en fila las mesas, cada una con dos sillas frente a frente. Por el patio caminaba una mujer joven ataviada con un elegante vestido que hacía resaltar su delicada cintura y unas bien contorneadas caderas. Lucía un escote que dejaba ver más de lo que permitiría el recato y en el hombro llevaba un bolso negro de cuero. La mujer tenía cejas pobladas y unos ojos que cambiaban con el clima o la luz, de esos que nunca se sabe el color exacto.
Se dirigió a la mesa 14, donde ya estaba ubicado un hombre de unos treinta y cinco años, de contextura robusta y barba abundante.
Ella fijó su mirada en las manos rudas del tipo, Él la miró con cierto aire inquisitivo. Parecía medirla con los ojos de cazador.
Hubo un momento de silencio. Un tábano pugnaba por posarse en el rostro del hombre pero al cabo de un rato se fue a fastidiar a otra mesa.

- ¿No tiene un cigarrillo? – preguntó el hombre.
- No, sabes que no lo permiten, mas bien te traje esto – dijo ella extrayendo un paquete de su bolso.
Al hombre le brillaron los ojos.
-¿Cómo lo dejaron pasar?
- Tengo mis medios- dijo ella con cierta coquetería.
- Y no pudo entrar cigarrillos, qué gracioso.
Ella se soltó el cabello y unos bucles cayeron hasta el hombro. Miró al hombre, abriendo y apretando los labios ligeramente, como si quisiera susurrarle algo.
Al costado una anciana lloraba agarrando las manos de un muchacho, casi un niño, que permanecía callado.

-¿Cómo llegó a mi? – preguntó el hombre.
- El Partido.
- ¿Están en todas partes no?
Hubo una pausa, el hombre miró alrededor y bajó la voz.
- No estoy seguro del negocio.
- Es fácil. Te ayudamos a salir. Tú nos llevas al lugar.
- ¿Y si no tengo la información?
- Entonces te quedas aquí hasta que el Alzheimer se cure.
Siguieron mirándose, el calor se acentuó más. El hombre pensó que sería bueno quitarse la camisa empapada en sudor. Alrededor de ellos se arremolinaba un recalcitrante viento tibio.
El hombre sintió deseos de besarla, de pararse y tomar a la fuerza esos carnosos labios, terminar con esa farsa y quedar con su gusto satisfecho.
La ensordecedora sirena anunció que el horario de visitas había terminado para el grupo. Ella mecánicamente se incorporó, le dio un beso volado, como adivinando los pensamientos de quien tenía al frente, luego giró su cuerpo voluptuoso y se echó a andar.
Cuando la mujer salió del encuadre el director del filme la siguió con la mirada antes de cortar la escena.

- ¡Es todo por hoy! – Espetó el director-, luego llamó a su asesor de dirección.
- Págale y despide al hombre.
- ¿Y la mujer?
- Puede servir para otro papel, ya veremos.
- ¿Qué le ves de bueno?
- ¡Válgame Dios!, ¿Acaso no lo has notado?... es su retirada, su espectacular retirada.

Cuando la muerte causa risa


El otro día asistí a la proyección de un clásico del cine, la película “Taxi Driver”, este film está dirigido por Martin Scorsese y protagonizado por Robert de Niro quien hace de un taxista ( ex marine norteamericano) que recorre las calles de la gran ciudad y se obsesiona cada vez mas por limpiar ésta de vicios y delincuencia.

En la escena final, cuando la obsesión de Travis se ha convertido en locura, armado hasta los dientes pretende salvar a una prostituta adolescente, entra a un hotel de mala muerte y dispara a todo el que se cruza en su camino, la sangre brota de las cabezas, salpica las paredes, mientras Travis avanza como ángel exterminador pagando también con su sangre la osadía de querer subvertir ese sórdido mundo.
Esta escena final es una de las más crudas por su realismo en la historia del cine.

Mientras afuera de la pantalla en las tres dimensiones de la vida real en la que me encuentro observando con mucha tensión el final del film, no pude evitar oír que algunos se ríen precisamente en las escenas de muerte.
Me pregunto que pensaría Scorsese viendo la reacción de esas personas en una escena creada para provocar la máxima tensión en los espectadores.
La gente ríe donde no debería hacerlo. No nos engañemos por esa risa, intuyo que allí esta el reflejo de un problema más profundo, grave y que involucra a toda la sociedad.
¿Por qué ríen algunas personas ante tan cruda violencia?

Ojo que no estamos hablando de una mala película donde lo burdo de la actuación o la técnica provocan risa donde debería sentirse miedo o tensión, tampoco se trata de un film de genero gore, en los que la exaltación del mal gusto y lo grotesco de destripamientos, explosión de cerebros o chorros de sangre hacen que tengan un publico que sabe a que atenerse cuando va a ver este tipo de pornografía; tampoco es una película de Tarantino en las que la violencia suele ser una coreografía estilizada que asemeja al mundo de la danza y la historieta, el mundo irreal pero creíble de Tarantino que no tiene nada que ver con el que vivimos.

Pero cuando Scorsese presenta la vida de un taxista en una ciudad, con toda su fauna y el palpitar de su corazón nocturno, sus puntos neurálgicos, la selva de cemento, o la gran bestia que es cotidiana a cualquiera que tenga algo de lo que se llama calle; de hecho la realidad nos toca de cerca.
Entonces, volviendo a la pregunta, ¿Por qué la gente ríe cuando debería estar en tensión en una película con escenas tan reales?


Sólo me queda ensayar una respuesta y apelo a la psicología: la desensibilizaron sistemática, ésta consiste en someter poco a poco a un individuo sensible a un hecho, visión, objeto, interacción etc.; gradualmente, al mismo estimulo de tal modo que su repetición vaya haciendo que se pierda paulatinamente la sensación que producía al principio, en pocas palabras se pierde la sensibilidad y un hecho que generaba, horror, asco, etc., va perdiendo esa fuerza y luego ya no nos dice nada o quizá nos hace sentir el efecto contrario. Nuestro cerebro lee el asunto de manera diferente.

Y aquí quiero hacer ciertas preguntas algo perturbadoras: ¿Cuántos asesinatos ha visto un niño de doce años en su corta e inocente vida?
¿A cuanta gente ha matado en sus videojuegos?
Y ¿Quién emplea los medios para desensibilizar a la gente?, ¿Por qué se permite tanta violencia en los medios de comunicación, ¿Somos algo paranoicos al llegar a pensar que éste es un gran plan que prepara a la sociedad para desensibilizarse de la muerte de sus semejantes? ¿Los que consumen ese tipo de productos audiovisuales son conscientes en todo momento de que se trata solo de una representación o ficción?

Esa risa debería preocuparnos, puede ser un síntoma de que la sociedad esta enferma por una mal contagiado y propagado por medios masivos de comunicación.

No queremos ver casos de matanzas en los colegios porque a algún alumno le miraron feo.
Que las nuevas generaciones no sean parte de este posible experimento de consecuencias insospechadas. Vigilemos y sepamos que ven los niños y adolescentes y cuantas horas al día están pudiendo ser desensibilizados.
Deseamos que la muerte de nuestros semejantes nunca nos provoque risa, ni siquiera en el plano de la ficción.

Carlos Flores- Guerra Portillo