Entro al cine luego de entregar mi boleto para ver la película que escogí,allí están los pitufos amarillos que indican la sala correspondiente. Ingreso al ambiente oscuro con el piso iluminado con lets rojos, pienso que sería mejor estar acompañado y sentarnos en la ultima fila de una sala casi vacía, pero ahora he venido a vivir un sueño, a ver la película. Me siento al centro, a una altura adecuada de esta sala de cine moderna, a mi costado se acomoda una pareja de adolescentes, instala en la baranda de mi asiento su tremendo cucurucho de palomitas de maíz, al otro costado otra pareja algo mayor -con una mas grande aun- porción del crujiente pop corn.Me siento rodeado, pero trato de relajarme.
Bueno, vine a ver la película, y olvidarme de las penas. Espero las propagandas, siempre es interesante ver qué se puede ver luego. Me acuerdo de mi infancia, cuando regresaba del colegio a pie y pasaba por el cine de barrio "Ollanta" en la calle Meloq y observaba los póster de películas. La primera vez que entré a un cine, y sentí ese mundo oscuro y luminoso y las personas en ese mundo, recuerdos vagos ...
Y la famosa música instrumental y el olor a cigarros, nunca gocé tanto el ser un fumador pasivo aunque no lo sabía. Tiempo después al ver "Cinema Paradiso" de Tornatore, comprendería esa mezcla entre mercado y santuario que era el cine, no debíamos sentarnos justo debajo de la galería pues podían llover escupitajos, y también existian los malditos que ponían al chicle en el asiento. No era ese pueblito de Italia pero la ceremonia del cine era parecida en un cine cuzqueño, la gente bibrava, reía, o pifiaba a los malos del filme. Las sillas de madera adormecían el trasero, y había un intermedio para que llegase el motociclista con el rollo que acababa de ser transmitido en otra sala.
Ahora muchas cosas han cambiado, pero me acomodo en mi ergonómico asiento y mientras se enciende la pantalla la emoción vuelve, es la misma de siempre. La película va a comenzar.....
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