La sirena anunció que el horario de visitas había comenzado. Los guardias abrieron las interminables puertas y rejas. Por el pasillo salieron los reclusos en orden. Se dirigieron al patio central donde se encontraban dispuestas en fila las mesas, cada una con dos sillas frente a frente. Por el patio caminaba una mujer joven ataviada con un elegante vestido que hacía resaltar su delicada cintura y unas bien contorneadas caderas. Lucía un escote que dejaba ver más de lo que permitiría el recato y en el hombro llevaba un bolso negro de cuero. La mujer tenía cejas pobladas y unos ojos que cambiaban con el clima o la luz, de esos que nunca se sabe el color exacto.
Se dirigió a la mesa 14, donde ya estaba ubicado un hombre de unos treinta y cinco años, de contextura robusta y barba abundante.
Ella fijó su mirada en las manos rudas del tipo, Él la miró con cierto aire inquisitivo. Parecía medirla con los ojos de cazador.
Hubo un momento de silencio. Un tábano pugnaba por posarse en el rostro del hombre pero al cabo de un rato se fue a fastidiar a otra mesa.
- ¿No tiene un cigarrillo? – preguntó el hombre.
- No, sabes que no lo permiten, mas bien te traje esto – dijo ella extrayendo un paquete de su bolso.
Al hombre le brillaron los ojos.
-¿Cómo lo dejaron pasar?
- Tengo mis medios- dijo ella con cierta coquetería.
- Y no pudo entrar cigarrillos, qué gracioso.
Ella se soltó el cabello y unos bucles cayeron hasta el hombro. Miró al hombre, abriendo y apretando los labios ligeramente, como si quisiera susurrarle algo.
Al costado una anciana lloraba agarrando las manos de un muchacho, casi un niño, que permanecía callado.
-¿Cómo llegó a mi? – preguntó el hombre.
- El Partido.
- ¿Están en todas partes no?
Hubo una pausa, el hombre miró alrededor y bajó la voz.
- No estoy seguro del negocio.
- Es fácil. Te ayudamos a salir. Tú nos llevas al lugar.
- ¿Y si no tengo la información?
- Entonces te quedas aquí hasta que el Alzheimer se cure.
Siguieron mirándose, el calor se acentuó más. El hombre pensó que sería bueno quitarse la camisa empapada en sudor. Alrededor de ellos se arremolinaba un recalcitrante viento tibio.
El hombre sintió deseos de besarla, de pararse y tomar a la fuerza esos carnosos labios, terminar con esa farsa y quedar con su gusto satisfecho.
La ensordecedora sirena anunció que el horario de visitas había terminado para el grupo. Ella mecánicamente se incorporó, le dio un beso volado, como adivinando los pensamientos de quien tenía al frente, luego giró su cuerpo voluptuoso y se echó a andar.
Cuando la mujer salió del encuadre el director del filme la siguió con la mirada antes de cortar la escena.
- ¡Es todo por hoy! – Espetó el director-, luego llamó a su asesor de dirección.
- Págale y despide al hombre.
- ¿Y la mujer?
- Puede servir para otro papel, ya veremos.
- ¿Qué le ves de bueno?
- ¡Válgame Dios!, ¿Acaso no lo has notado?... es su retirada, su espectacular retirada.
Se dirigió a la mesa 14, donde ya estaba ubicado un hombre de unos treinta y cinco años, de contextura robusta y barba abundante.
Ella fijó su mirada en las manos rudas del tipo, Él la miró con cierto aire inquisitivo. Parecía medirla con los ojos de cazador.
Hubo un momento de silencio. Un tábano pugnaba por posarse en el rostro del hombre pero al cabo de un rato se fue a fastidiar a otra mesa.
- ¿No tiene un cigarrillo? – preguntó el hombre.
- No, sabes que no lo permiten, mas bien te traje esto – dijo ella extrayendo un paquete de su bolso.
Al hombre le brillaron los ojos.
-¿Cómo lo dejaron pasar?
- Tengo mis medios- dijo ella con cierta coquetería.
- Y no pudo entrar cigarrillos, qué gracioso.
Ella se soltó el cabello y unos bucles cayeron hasta el hombro. Miró al hombre, abriendo y apretando los labios ligeramente, como si quisiera susurrarle algo.
Al costado una anciana lloraba agarrando las manos de un muchacho, casi un niño, que permanecía callado.
-¿Cómo llegó a mi? – preguntó el hombre.
- El Partido.
- ¿Están en todas partes no?
Hubo una pausa, el hombre miró alrededor y bajó la voz.
- No estoy seguro del negocio.
- Es fácil. Te ayudamos a salir. Tú nos llevas al lugar.
- ¿Y si no tengo la información?
- Entonces te quedas aquí hasta que el Alzheimer se cure.
Siguieron mirándose, el calor se acentuó más. El hombre pensó que sería bueno quitarse la camisa empapada en sudor. Alrededor de ellos se arremolinaba un recalcitrante viento tibio.
El hombre sintió deseos de besarla, de pararse y tomar a la fuerza esos carnosos labios, terminar con esa farsa y quedar con su gusto satisfecho.
La ensordecedora sirena anunció que el horario de visitas había terminado para el grupo. Ella mecánicamente se incorporó, le dio un beso volado, como adivinando los pensamientos de quien tenía al frente, luego giró su cuerpo voluptuoso y se echó a andar.
Cuando la mujer salió del encuadre el director del filme la siguió con la mirada antes de cortar la escena.
- ¡Es todo por hoy! – Espetó el director-, luego llamó a su asesor de dirección.
- Págale y despide al hombre.
- ¿Y la mujer?
- Puede servir para otro papel, ya veremos.
- ¿Qué le ves de bueno?
- ¡Válgame Dios!, ¿Acaso no lo has notado?... es su retirada, su espectacular retirada.
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