viernes, 25 de diciembre de 2009

Ciudad Piedra


Ciudad Piedra



Cerca de la pileta de la plaza principal está Raquel, la chica que ocupa todos mis pensamientos. Conversa con un grupo de amigas, hace hora. Más tarde los grupos se dispersarán y las discotecas de esta loca ciudad estallarán en el consabido orgasmo nocturno.



La espío desde esta banca. Ella ríe coqueta, sabe que estoy allí, tal vez sabe que no duermo imaginándola. Sabe que siempre estaré los jueves, a la salida del colegio, cuando va con su buzo luciendo esa fina cintura y el cabello largo hasta las caderas, con un chupetín rojo que extrae a ratos de su boca, mirándome sin ver y sus amigas que la codean. Si, allí otra vez ese idiota que te espía y no se atreve a hablarte. Ellas ríen, es su estilo, es su manera de llamar la atención, de existir. Se burlan, pero no saben que he sentido el olor de sus cabellos castaños, la suavidad de su cuello. Me he hundido en esas rosadas tetitas de niña grande durante tantas noches. He sondeado la profundidad de sus labios rojos.


La luna sale entre el bosque de eucaliptos que domina la ciudad.


Llegan mis amigos fumando. Me invitan un "bate". Aspiro la hierba, el olor penetrante se esparce por el aire. La veo allí tan alejada de mí, con su jean ceñido al cuerpo,
Sé que a Felipe también le gusta. El tiene auto, por eso se siente tan confiado.
Alberto dice que tiene algo “más fuerte”; sólo que aquí nos pueden ver los municipales. Vamos al parque las Nazarenas. Ellos ríen, yo voy cansado, pensando.
En el parque hay un grupo de chicos, un joven de cabello largo toca guitarra.
Raymundo se pone eufórico, baila como un mono en el monumento pétreo a la madre.


…. Felipe, amigo, recuerdo que íbamos juntos a todo lugar, nos quedábamos contando historias de terror tumbados en el pasto, al costado de la cancha del colegio San Francisco mientras todos los compañeros jugaban al fútbol. Éramos los “yuntas”, “los huayquis”. Te gustaba imitar, te gustaban los Beatles….


Felipe me pone la mano al hombro y con una mirada extraña me dice que Raquel le gusta mucho, hay un gesto de autosuficiencia en su boca.
No aguanto la ira y le doy tal puñetazo que cae al suelo, mientras Alberto gira alrededor creyéndose un avión. Felipe se incorpora y despectivamente me da la espalda. Se marcha secundado por Alberto y Raymundo.


Sé que la ha llevado varias veces en su auto al mirador de San Bernardo. No quiero pensar lo que ha pasado aunque la imaginación me vence y siento una ligera sensación de nauseas.
Me quedo en la banca con las manos en el rostro, unos muchachos se acercan y me invitan a beber con ellos.


Es ya la madrugada, me voy por la calle Sapi que esta resbalosa por la lluvia y refleja la luna llena, rumbo a la plaza, con la esperanza de encontrarla. La plaza está desierta.


… Te recuerdo Felipe, cómo quisiera saber que ahora vives en Nueva York, que en el intercambio cultural de la escuela de música conociste a una gringa con la que te casaste, que también estudiaste teatro, que sufres depresiones severas pero controlables...


Te recuerdo, amigo, en la vereda triste y mojada de la plaza del Cusco, con esa mirada opaca y suplicante de cariño que me atormentaría años después, cuando supe en Madrid que una noche de llovizna habías cometido la imprudencia de excederte en la velocidad (tu siempre fuiste excesivo), y te pasaste la curva de Tica Tica arrastrando a Raquel en tu caída.

Hoy que he vuelto después de veinte años, a la luz de la luna que se va ocultando entre los cerros, desempolvo estos recuerdos y dejo que la llovizna que disimula mis lágrimas se los lleve.
Dejo las flores en tu sepultura y con paso cansado me voy por una sinuosa y angosta calle empedrada, rumbo al barrio de Santiago.

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